
Chile siempre ha sido reconocida por ser una tierra Mariana. La influencia de la entonces católica España, fue crucial para que en ella nacieran y crecieran esos amores a la Virgen. Mi amigo Franco, aunque de origen italiano, es muy amante de todo lo español. Tiene 86 años y todavía recuerda cuando en Chile tuvo lugar el primer Congreso Mariano allá por 1950. Aquí os dejo unas palabras pronunciadas para esta Tierra por el entonces Papa Pío XII:
Porque Chile —gracias a la profunda piedad mariana de la vieja y fecunda madre de pueblos, de la católica España—, Chile puede decirse que nació a la luz de la fe con el amable nombre de María en los balbucientes labios. ¿Qué ciudad o qué aldea, qué remota montaña o qué valle escondido existirá en su dilatado territorio que no esté santificado con la magnífica catedral, el severo templo o la humilde ermita, dedicada a una advocación cualquiera de la Madre de Dios? ¿Qué corazón, auténticamente chileno, no siente acelerar sus latidos cuando oye nombrar, por ejemplo, a Nuestra Señora de Andacollo y, muy especialmente, a la Madre Santísima del Carmelo, cuyo escapulario fue un día gloria sobre los pechos robustos de vuestros próceres y sigue siendo todavía hoy casi una patente de reconocimiento nacional?
Más he ahí, casi en el mismo centro del país, a la «Metrópoli del Sur», la «Perla del Bío Bío», la «Pura y Limpia Concepción del Nuevo Extremo»; la que en su nombre, en su escudo y en su historia es toda ella una evocación mariana; la que sube al Cerro para arrodillarse ante su Inmaculada, o baja a su Catedral para postrarse ante su Virgen titular, o se reposa entre las penumbras místicas de San Agustín haciendo compañía a su Virgen del Carmen, o va a dar las gracias a Nuestra Señora de las Nieves recordando la salvación de Imperia, o vuelve y vuelve sin cansarse a su queridísima Virgen del Boldo, a Nuestra Señora del Milagro, para renovarle su voto con el corazón siempre henchido de gratitud, Porque ha sido Ella la que tantas veces, en tantos siglos la ha protegido, cuando se desencadenaban los temblores de la tierra, los furores del mar o la sabia iracunda de sus potentes y aguerridos enemigos.
Porque Chile —gracias a la profunda piedad mariana de la vieja y fecunda madre de pueblos, de la católica España—, Chile puede decirse que nació a la luz de la fe con el amable nombre de María en los balbucientes labios. ¿Qué ciudad o qué aldea, qué remota montaña o qué valle escondido existirá en su dilatado territorio que no esté santificado con la magnífica catedral, el severo templo o la humilde ermita, dedicada a una advocación cualquiera de la Madre de Dios? ¿Qué corazón, auténticamente chileno, no siente acelerar sus latidos cuando oye nombrar, por ejemplo, a Nuestra Señora de Andacollo y, muy especialmente, a la Madre Santísima del Carmelo, cuyo escapulario fue un día gloria sobre los pechos robustos de vuestros próceres y sigue siendo todavía hoy casi una patente de reconocimiento nacional?
Más he ahí, casi en el mismo centro del país, a la «Metrópoli del Sur», la «Perla del Bío Bío», la «Pura y Limpia Concepción del Nuevo Extremo»; la que en su nombre, en su escudo y en su historia es toda ella una evocación mariana; la que sube al Cerro para arrodillarse ante su Inmaculada, o baja a su Catedral para postrarse ante su Virgen titular, o se reposa entre las penumbras místicas de San Agustín haciendo compañía a su Virgen del Carmen, o va a dar las gracias a Nuestra Señora de las Nieves recordando la salvación de Imperia, o vuelve y vuelve sin cansarse a su queridísima Virgen del Boldo, a Nuestra Señora del Milagro, para renovarle su voto con el corazón siempre henchido de gratitud, Porque ha sido Ella la que tantas veces, en tantos siglos la ha protegido, cuando se desencadenaban los temblores de la tierra, los furores del mar o la sabia iracunda de sus potentes y aguerridos enemigos.